lunes, 1 de febrero de 2010

CAUTIVOS EUROPEOS EN EL MAGREB




EL RESCATE DE LOS PRISIONEROS O LOS PELIGROS DEL MAGREB

El Magreb siempre fue un territorio hostil a los viajeros, al menos hasta los años treinta del pasado siglo. El interior de Marruecos, por ejemplo, permanecía en blanco en los mapas y los europeos apenas conocían algunas ciudades, los puertos abiertos al comercio exterior y pocos caminos. Los que se aventuraban al interior del imperio corrían el riesgo de morir. Las embarcaciones que navegaban por la costa se veían asaltadas por piratas o eran abordadas cuando encallaban. Lo mismo ocurría en el interior del Sahara y en gran parte de Argelia o Túnez. Parece que algo similar ocurre ahora, con un bucle del tiempo. El famoso rally Paris-Dakar tuvo que cambiar de continente y, por desgracia, turistas y cooperantes se ven asaltados por grupos de intransigentes religiosos o por bandas de delincuentes. La situación en la que se encuentran unos españoles retenidos en Mauritania recuerda, salvando las distancias y fines, algunas situaciones pasadas.



En estas acciones era difícil deslindar lo político del simple bandidaje. Las tribus dueñas del territorio, en el Marruecos anterior al Protectorado, apenas reconocían la autoridad del sultán y no respetaban los tratados de comercio que éste firmaba con potencias extranjeras. Por eso sus barcos corrían riesgos que parecían estar cubiertos. En otras ocasiones, eran concesiones mineras otorgadas por jefes de autoridad discutible, e impuestas a las cabilas que no habían decidido nada, lo que provocaba la reacción violenta. Y, muchas veces, los episodios terminaban con el cautiverio de europeos y la demanda de un precio por la libertad. El episodio más célebre fue el de aquéllos que retuvo Abd el Krim en 1921.



Tras la derrota de Annual y las matanzas que le siguieron, algunos de los supervivientes fueron recogidos por las tribus vencedoras y llevados a varios centros de prisioneros en los alrededores de Axdir. Cerca de cuatrocientos españoles malvivían en condiciones penosas, obligados a trabajos forzosos, con poca alimentación y malos tratos habituales. Entre ellos estaba el general Navarro, máxima autoridad militar en la zona tras la rota del frente y la muerte de Silvestre, que tomó la polémica decisión de abandonar Dar-Drius para concentrar a las tropas en Monte Arruit, donde fueron masacradas después de la rendición. Medida por la que fue encausado tras la instrucción del general Picasso. El asunto de los prisioneros se convirtió en un motivo de controversia política y de discusión social que se superpuso a la ya polémica cuestión de la presencia española en Marruecos. Abd el Krim exigía, para la liberación de los cautivos, el pago de un rescate. La sociedad se dividió entre los que opinaban que no debía accederse a ello porque el dinero iba a dedicarse a comprar armas que causarían más bajas a los españoles; y los que entendían que era una cuestión humanitaria ya que entre los presos se encontraban mujeres, niños y muchos soldados de reemplazo llevados a la guerra sin preparación ni equipo suficiente. Se fraccionó entre los partidarios de un rescate por la fuerza de las armas y los contrarios a una prolongación indefinida del sufrimiento de unos compatriotas que les estaba costando la salud y hasta la propia vida.



Al final el gobierno adoptó una simulación salomónica. Aceptó pagar los cuatro millones de pesetas pero utilizó al empresario vasco Horacio Echevarrieta como mediador, dando a entender que el dinero procedía de su fortuna personal y tal vez como adelanto a futuras concesiones mineras. Con eso salvaba la cara ante las críticas y se apuntaba el tanto de la liberación de los desgraciados. En el fondo, nadie se dio por engañado pero se aquietaron unos y otros con el gesto teatral y dejaron las disputas para asuntos más sustanciales como la conveniencia o no del protectorado. Por supuesto que los rifeños compraron armas con el dinero, una cantidad enorme para la época, y las emplearon en su defensa contra las tropas hispanas. Pero, al fin y al cabo, de poco les sirvió porque la rebeldía acabó con el desembarco de Alhucemas, es decir de la única manera posible y prevista por los estados mayores desde siempre.



La moraleja es simple: El chantaje es odioso pero las consecuencias de aceptarlo no son tan graves. La vida de un nacional debe protegerse y las causas y efectos de los secuestros combatirse en otros frentes. Pero el tema es polémico porque un pago puede tener efecto llamada y nunca se sabe donde poner el límite entre lo aceptable y lo intolerable.

ANTONIO CARRASCO GONZÁLEZ

Artículo publicado en el periódico “Lanza” de Ciudad Real,
el 27 de enero de 2010.

Imágenes:
Cromo número 13 de la colección El Conflicto de Marruecos.
Texto al dorso: “El caid Mac-Lean, era un antiguo sargento del ejército inglés, que conquistó las simpatías del sultán Abdelaziz, nombrándole Jefe superior de las fuerzas imperiales. El Raisuli, le hizo prisionero junto con otros europeos, exigiendo el rescate con unas condiciones inadmisibles, por cuya razón las potencias aconsejaron al sultán que procediera sin contemplación alguna. La medalla ya con anteioridad, había librado diferentes batallas a este objeto”.
Cromo número 21 de la colección El Conflicto de Marruecos.
Texto al dorso: “En Mazagan, tenían las kabilas cincuenta cautivos entre indios y españoles logrando rescatarles, sin que por una ni otra parte se derramara una sola gota de sangre. Los kabileños exigieron un pilón de azúcar por prisionero y debemos confesar que si bien hallaron aquellos muy dulce la libertad, no podían menos los otros, de hallar real y efectivamente muy dulce también el precio del rescate”.

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